El Emperador Meiji trasladándose desde Kyoto a Tokyo, a finales de 1868.
Como decíamos, el poder se encontraba sin herederos por lo que fue la ocasión propicia para que la familia Tozama (un daimyo), la cual había sido arrestada por la rama superior (los Fudai), recuperara su honor y pusieran a su postulante al poder como el nuevo shogun. Así Tokugawa Yoshinobu se convertía en el nuevo shogun con 29 años, en el año 1866, mismo año en que comienza verdaderamente la Revolución Meiji.
Para este año el Bakumatsu ya se encontraba bien avanzado y por ello el nuevo shogun si quería mantener el poder debía de actuar rápido y eficazmente, apoyado por todas las familias Tokugawa. En un principio trató de fortalecer la nación, para que el desorden terminara, e incluso pidió ayuda a la armada francesa, las cuales llegaron en 1867 para complementar las ocho naves de estilo occidental que ya tenía el shogunato; asimismo, los partidarios del shogunato contaban con fuerzas que trataban de ‘calmar’ los ánimos dentro del país: los shinsengumi, una fuerza paramilitar que se encontraba en Kyoto y que más tarde pasaría a ser leyenda. Los shinsengumi eran enemigos naturales de las fuerzas defensoras del emperador nombradas como el Ishin Shishi. Sin embargo, ya era demasiado tarde para cualquier estratagema por parte del nuevo shogun, y el antiguo emperador Komei muere y surge el nuevo emperador Meiji, quien pese a no tener poder real y aprovechándose de la situación de desorden en el país, dicta la orden de disolver el bakufu, o reinado del shogun. Tras ello, las fuerzas de algunos daimyos, alarmados por las medidas que tomaba el nuevo shogun, decidieron unirse, en particular los daimyō de Satsuma, Chōshu, Tosa y Hizen (los más grandes, también llamados Tozama), y bajo el estandarte de sonno joi, formaron un frente que declaró la guerra al Shogun. En estas circunstancias, la teología de Hirata que antes se comentaba comienza a tener gran influencia, puesto que fusionó el cristianismo con el sintoísmo y le otorgó a la religión un carácter monoteísta centrado en el emperador, es por ello que en ese tiempo el emperador comienza nuevamente, tras siglos, a obtener el poder y seguidores que, como a un dios, le sirvieron. En resumen, se utilizó la religión oficial del país, el sintoísmo, para volver a unir al pueblo, propósito original de esta (pues como es sabido esta religión se inició de una serie de costumbres locales, las cuales se fueron adoptando como tradición y separando de otras culturas extranjeras para el s. VI d.C. , cuando el budismo y el taoísmo trataron de abrirse camino dentro de la sociedad nipona), el emperador se promulgó como descendiente directo de la diosa-Sol Amaterasu Omikami, y llegó a considerarse “sagrado e inviolable”.
El pueblo, y mayoritariamente los señores del pueblo, quienes se ven más afectados por los cambios que se llevaban a cabo se dividen en dos grupos: los primeros representados por los daimyo, recluidos en el norte. Prefieren continuar como antes, con una política cerrada bajo el mandato del shogun; y por el otro estaban los samuráis, quienes en el sur se ponen de parte del emperador, quien a pesar de no ser el más grande poder seguía siendo considerado el “gobernante de gobernantes”.
Esta guerra civil donde por un lado se enfrentaron los seguidores del shogunato y por el otro los del emperador, se desarrolló en cinco frentes: Toba-Fushimi (batalla que significaría un golpe fulminante al shogun pues lo haría retroceder hasta Edo, abandonando sus tropas), Monte Ueno, Nagoaka, Aizu y Hakodate; a la totalidad de batallas se le llamó La Guerra Boshin ( en alusión al año que corría, pues se encontraban en el año del dragón). La última de estas batallas, desarrollada en Hokkaido, fue el tiro de gracia a la política shogunal: el shogun cedió frente al nuevo régimen emergente con tal de que Japón se reunificara de nuevo y en 1868 se le aplicó arresto domiciliario tras lo cual se le despojó de todos sus honores y tierras, pero fue puesto en libertad más tarde por no existir cargos contra él. Más tarde se le devolvería su honor nombrándolo príncipe nominal por sus servicios prestados al Japón.
Así terminaba un proceso que le daría todo un vuelco a la sociedad nipona durante los siguientes años pues aún les tocaría enfrentar una serie de problemas, sin embargo veamos en qué se diferenció esta revolución de las tantas otras que ya habían acontecido en el resto del mundo: primeramente, muchas personas han tratado de comparar esta suerte de revolución contra un feudalismo absoluto por parte del shogun con la revolución acaecida en Francia, donde las personas se levantaron para derrotar al monarca absoluto quien apenas se preocupaba por el futuro de su nación. Pues bien, analicemos estas dos revoluciones: en la de Francia podemos advertir como las personas, que a costa del nuevo sistema imperante en Europa, el capitalismo, se han enriquecido, y por ello han podido instruirse, dieron origen a una nueva casta de personas que no tienen participación en el poder y sin embargo tienen tantos los medio como la instrucción para hacerse de él, la burguesía, al fin y al cabo fueron ellos quienes impulsaron la revolución, claramente ayudados por los movimientos campesinos ya hartos de injusticias, encaminando al país hacia una revolución tal, que logró la derrota del monarca, y se hicieron con el poder logrando por primera vez en Europa una consolidación de nación libre con constitución propia y bajo los fundamentos de la Ilustración. Ahora bien, respecto a la Revolución Meiji, la comparación se podría hacer siempre y cuando observáramos el período donde se acaba con el régimen feudal y señorial, el país se une bajo un nuevo régimen y es todo un gran cambio, y sin embargo, la revolución francesa concluyó en la instauración de una democracia liberal, pero ¿y la Revolución Meiji? Ésta nos llevó hacia una Monarquía Absoluta.
Además de lo antes dicho podemos notar que las personas que se empezaron a levantar en contra del shogun fueron más que nada otros grandes señores que ya poseían poder y que vieron la ocasión de obtener más, los daimyos, y por ello se pusieron de parte del emperador, pues estaban cansados de la supremacía e injusticias del shogun. A pesar de ello no podemos negar que esto no se pudo haber logrado sin la semilla que germinó en el pueblo acerca de una nueva forma de sociedad: la capitalista. Desde que Japón se abrió debido a las amistosas peticiones de EE. UU y su delegado Mathew Perry, la economía comenzó a evolucionar a medida que los extranjeros europeos y americanos llegaban a las costas del imperio, y esto impulsó a que el imperio no solo se reformara desde los altos círculos de poder, sino también desde dentro y, en menor parte, desde abajo.
Las constantes presiones de los países occidentales hicieron mella y como mencionamos anteriormente, ni aún el mismo shogun se opuso contra las amenazas y gran poderío militar de éstos, teniendo finalmente que ceder; sucesos como estas dieron pie a que toda la sociedad japonesa cambiara su mentalidad y supieran que un cambio habría de venir, Japón habría de cambiar esta vez, y para siempre, y si bien los años venideros no les serían nada de fáciles, el país que saldría de todos estos cambios ciertamente daría más de una sorpresa a sus padres del oeste.